51

    
    Manuel da Silva me esperaba en el bar del hotel. La barra estaba concurrida: grupos, parejas, hombres solos. Nada más traspasar la doble puerta de acceso, supe quién era él. Y él, quién era yo.
    Delgado y apuesto, moreno, con las sienes empezando a platear y un esmoquin de chaqueta clara. Manos cuidadas, mirada oscura, movimientos elegantes. En efecto, tenía porte y maneras de conquistador. Pero había algo más en él: algo que intuí apenas cruzamos el primer saludo y me cedió el paso hacia la balconada abierta sobre el jardín. Algo que me hizo ponerme alerta inmediatamente. Inteligencia. Sagacidad. Determinación. Mundo. Para engañar a aquel hombre, iba a necesitar mucho más que unas cuantas sonrisas encantadoras y un arsenal de mohines y pestañeos.
    -No sabe cómo lamento no poder cenar con usted pero, como le he dicho antes por teléfono, tengo un compromiso previsto desde hace semanas -dijo mientras me sostenía caballeroso el respaldo de una butaca.
    -No se preocupe en absoluto -contesté acomodándome con fingida languidez. La gasa color azafrán del vestido casi rozó el suelo; con gesto estudiado eché la melena hacia atrás sobre los hombros desnudos y crucé las piernas dejando salir un tobillo, el principio de un pie y la punta afilada del zapato. Noté cómo Da Silva no despegaba la vista de mí ni un segundo-. Además -añadí-, estoy un poco cansada tras el viaje; me vendrá bien acostarme temprano.
    Un camarero puso una champanera a nuestro lado y dos copas sobre la mesa. La terraza se volcaba sobre un jardín exuberante repleto de árboles y plantas; oscurecía, pero aún se percibían los últimos destellos de sol. Una brisa suave recordaba que el mar estaba muy cerca. Olía a flores, a perfume francés, a sal y verdor. Un piano sonaba en el interior y desde las mesas cercanas surgían conversaciones distendidas en varias lenguas. El Madrid reseco y polvoriento que había dejado atrás hacía menos de veinticuatro horas me pareció de pronto una negra pesadilla de otro tiempo.
    -Tengo que confesarle algo -dijo mi anfitrión una vez que las copas estuvieron llenas.
    -Lo que quiera -repliqué llevándome la mía a los labios.
    -Es usted la primera mujer marroquí que conozco en mi vida. Esta zona está ahora mismo llena de extranjeros de mil nacionalidades distintas, pero todos proceden de Europa.
    -¿No ha estado nunca en Marruecos?
    -No. Y lo lamento; sobre todo si todas las marroquíes son como usted.
    -Es un país fascinante de gente maravillosa, pero me temo que le sería difícil encontrar allí muchas mujeres como yo. Soy una marroquí atípica porque mi madre es española. No soy musulmana y mi lengua materna no es el árabe, sino el español. Pero adoro Marruecos: allí, además, vive mi familia y allí tengo mi casa y mis amigos. Aunque ahora resida en Madrid.
    Volví a beber, satisfecha por haber tenido que mentir tan sólo lo imprescindible. Los embustes descarados se habían convertido en una constante en mi vida, pero me sentía más segura cuando no necesitaba recurrir a ellos en exceso.
    -Usted también habla un español excelente -apunté.
    -He trabajado mucho con españoles; mi padre, de hecho, tuvo durante años un socio madrileño. Antes de la guerra, de la guerra española, quiero decir, solía ir bastante a Madrid por asuntos de trabajo; en los últimos tiempos estoy más centrado en otros negocios y viajo menos a España.
    -Probablemente no es buen momento.
    -Depende -dijo con un punto de ironía-. A usted, al parecer, le van muy bien las cosas.
    Sonreí de nuevo mientras me preguntaba qué demonios le habrían contado acerca de mí.
    -Veo que está bien informado.
    -Eso intento, al menos.
    -Pues sí, debo reconocerlo: mi pequeño negocio no marcha mal. De hecho, como sabe, por eso estoy aquí.
    -Dispuesta a llevarse a España las mejores telas para la nueva temporada.
    -Ésa es mi intención, efectivamente. Me han dicho que usted tiene unas sedas chinas maravillosas.
    -¿Quiere saber la verdad? -preguntó con un guiño de fingida complicidad.
    -Sí, por favor -dije bajando el tono y siguiéndole el juego.
    -Pues la verdad es que no lo sé -aclaró con una carcajada-. No tengo la menor idea de cómo son exactamente las sedas que importamos desde Macao; no me ocupo de ello directamente. El sector textil…
    Un hombre joven y delgado de fino bigote, su secretario quizá, se acercó sigiloso, pidió disculpas en portugués y se aproximó a su oído izquierdo silabeando algunas palabras que no alcancé a oír. Fingí concentrar la mirada en la noche que caía tras el jardín. Los globos blancos de las farolas acababan de encenderse, las conversaciones animadas y los acordes del piano seguían flotando en el aire. Mi mente, sin embargo, lejos de relajarse ante aquel paraíso, se mantenía pendiente de lo que entre ambos hombres ocurría. Intuí que aquella imprevista interrupción era algo acordado de forma premeditada: si mi presencia no le estuviera resultando grata, Da Silva tendría así una excusa para desaparecer inmediatamente justificando cualquier asunto inesperado. Si, por el contrario, decidiera que valía la pena dedicarme su tiempo, podría darse por enterado y despedir al recién llegado sin más.
    Por fortuna, optó por lo segundo.
    -Como le decía -prosiguió una vez ausentado el ayudante-, yo no me ocupo directamente de los tejidos que importamos; quiero decir, estoy al tanto de los datos y las cifras, pero desconozco las cuestiones estéticas que supongo que serán las que a usted interesan.
    -Tal vez algún empleado suyo me pueda ayudar -sugerí.
    -Sí, por supuesto; tengo un personal muy eficiente. Pero me gustaría encargarme yo mismo.
    -No quisiera causarle… -interrumpí.
    No me dejó terminar.
    -Será un placer poder serle útil -dijo mientras hacía un gesto al camarero para que volviera a llenarnos las copas-. ¿Cuánto tiempo tiene previsto quedarse entre nosotros?
    -Unas dos semanas. Además de tejidos, quiero aprovechar el viaje para visitar a algunos otros proveedores, tal vez talleres y comercios también. Zapaterías, sombrererías, lencerías, mercerías… En España, como imagino que sabrá, apenas se puede encontrar nada decente estos días.
    -Yo le proporcionaré todos los contactos que necesite, descuide. Déjeme pensar: mañana por la mañana salgo para un breve viaje, confío en que sea cuestión de un par de días nada más. ¿Le parece bien que nos veamos el jueves por la mañana?
    -Por supuesto, pero insisto en que no quiero importunarle…
    Despegó la espalda del asiento y se adelantó clavándome la mirada.
    -Usted jamás podría importunarme.
    Que te crees tú eso, pensé como en una ráfaga. En la boca, en cambio, plasmé tan sólo una sonrisa más.
    Continuamos charlando acerca de naderías; diez minutos, quince tal vez. Cuando calculé que era el momento de dar por zanjado aquel encuentro, simulé un bostezo y acto seguido musité una azorada disculpa.
    -Perdóneme. La noche en tren ha sido agotadora.
    -La dejo descansar entonces -dijo levantándose.
    -Además, usted tiene una cena.
    -Ah, sí, la cena, es cierto. -Ni siquiera se molestó en mirar el reloj-. Supongo que me estarán esperando -añadió con desgana. Intuí que mentía. O quizá no.
    Caminamos hasta el hall de entrada mientras él saludaba a unos y otros cambiando de lengua con pasmosa comodidad. Un apretón de manos por aquí, una palmada en el hombro por allá; un cariñoso beso en la mejilla a una frágil anciana con aspecto de momia y un guiño pícaro a dos ostentosas señoras cargadas de joyas de la cabeza a los pies.
    -Estoril está lleno de viejas cacatúas que un día fueron ricas y ya no lo son -me susurró al oído-, pero se aferran al ayer con uñas y dientes, y prefieren mantenerse a diario a base de pan y sardinas antes que malvender lo poco que les queda de su gloria marchita. Se las ve cargadas de perlas y brillantes, envueltas en visones y armiños hasta en pleno verano, pero lo que llevan en la mano es un bolso lleno de telarañas en el que hace meses que ni entra ni sale un escudo.
    La limpia elegancia de mi vestido no desentonaba en absoluto con el ambiente y él se encargó de que así lo percibiera todo el mundo a nuestro alrededor. No me presentó a nadie ni me dijo quién era cada cual: tan sólo caminó a mi lado, a mi paso, como escoltándome; atento siempre, luciéndome.
    Mientras nos dirigíamos hacia la salida, hice un rápido balance del resultado del encuentro. Manuel da Silva había venido a saludarme, a invitarme a una copa de champán y, sobre todo, a calibrarme: a tasar con sus propios ojos hasta qué punto valía la pena hacer el esfuerzo de atender personalmente aquel encargo que le habían hecho desde Madrid. Alguien a través de alguien y por mediación de alguien más le había pedido como favor que me tratara bien, pero aquello podía encararse de dos maneras. Una era delegando: haciendo que me agasajara algún empleado competente mientras él se quitaba la obligación de encima. La otra forma era implicándose. Su tiempo valía oro molido y sus compromisos eran sin duda incontables. El hecho de que se hubiera ofrecido a ocuparse él mismo de mis insignificantes demandas suponía que mi cometido marchaba con buen rumbo.
    -Me pondré en contacto con usted tan pronto como me sea posible.
    Tendió entonces la mano para despedirse.
    -Mil gracias, señor Da Silva -dije ofreciéndole las mías. No una, sino las dos.
    -Llámeme Manuel, por favor -sugirió. Noté que las retenía unos segundos más de lo imprescindible.
    -Entonces, yo tendré que ser Arish.
    -Buenas noches, Arish. Ha sido un verdadero placer conocerla. Hasta que volvamos a vernos, descanse y disfrute de nuestro país.
    Entré en el ascensor y le mantuve la mirada hasta que las dos compuertas doradas comenzaron a cerrarse, estrechando progresivamente la visión del hall. Manuel da Silva permaneció frente a ellas hasta que -primero los hombros, después las orejas y el cuello, y por fin la nariz -su figura desapareció también.
    Cuando me supe fuera del alcance de su mirada y comenzamos a subir, suspiré con tal fuerza que el joven ascensorista a punto estuvo de preguntarme si me encontraba bien. El primer paso de mi misión acababa de finalizar: prueba superada.
    
El tiempo entre costuras
titlepage.xhtml
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_000.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_001.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_002.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_003.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_004.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_005.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_006.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_007.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_008.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_009.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_010.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_011.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_012.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_013.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_014.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_015.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_016.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_017.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_018.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_019.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_020.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_021.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_022.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_023.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_024.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_025.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_026.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_027.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_028.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_029.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_030.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_031.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_032.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_033.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_034.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_035.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_036.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_037.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_038.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_039.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_040.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_041.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_042.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_043.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_044.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_045.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_046.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_047.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_048.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_049.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_050.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_051.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_052.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_053.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_054.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_055.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_056.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_057.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_058.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_059.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_060.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_061.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_062.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_063.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_064.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_065.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_066.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_067.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_068.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_069.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_070.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_071.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_072.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_073.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_074.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_075.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_076.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_077.htm